Hace unos días, no sé cuántos, estaba yo paseando cerca del centro comercial Santa Úrsula y me encontré en la calle con un chico pidiendo dinero o algo para comer. Aparentaba ser un chico «pobre» (y es un término que habría que definir) y estaba descalzo. Estaba comiendo un sandwich, pero me inspiró pena y le pregunté si quería algo para comer o para tomar. Me dijo que quería algo para tomar y fuimos juntos caminando a una «lanchonete» cerca de ahí para comprar algo. En el camino me contó que se llamaba Gabriel, que tenía un hermano o hermana menor y que iba al centro para conseguir comida ya que en su casa solo había arroz y porotos.
Le compré un jugo y dos «Esfilhas» para que cenara con su hermano/a menor. Salimos, seguimos caminando y le pregunté el motivo de que estuviese descalzo. Me dijo que no tenía calzado. Que tenía, en su casa, solo un par de sandalias/ojotas/ chinelas que le quedaban grandes porque eran de alguien de su familia.
Le ofrecí comprarle unas en el centro comercial Santa Úrsula y más adelante le pregunté si quería las sandalias o prefería un par de zapatillas. Me dijo que prefería las zapatillas.
Vamos camino al centro comercial y él me dice: «No me van a dejar entrar». Yo empiezo a pensar en qué voy a decir para que nos dejen entrar y le digo: » Vamos a decir que perdiste las zapatillas», pero enseguida me acuerdo de que mentir no lleva a nada y decido que vamos a entrar y ver qué pasa. Primero pienso en buscar una entrada en la que no haya un guarda de seguridad, pero enseguida tomo coraje y entro por la que está más cerca. Hay un guarda, pero gracias a Dios no dice nada.
Mientras vamos caminando Gabriel me dice que le da vergüenza andar así entre tanta gente porque está descalzo. Yo, trato de darle confianza y, no sé porqué, hasta me ofrezco a sacarme yo misma las ojotas que llevaba puestas , y andar descalza también, si lo hiciera sentirse mejor.
En la tienda, el vendedor nos pregunta que qué pasó con sus zapatillas. Yo me enojo, porque juzgo yo, primero y erróneamente, que lo está juzgando y le digo que simplemente quería comprar unas nuevas. Podría haberle explicado lo que pasaba…
Luego cuando se prueba las zapatillas siento como si se resistieran a que usara las medias que todo el mundo usa para probarse zapatillas, pero las pido enérgicamente y digo: «Usará las medias como todo el mundo». Entiendo que sus pies no estuvieran limpísimos, pero también entiendo que estamos ahí para comprar como todo el mundo y que ¿quién garantiza que alguien en mejores condiciones sociales tenga los pies más limpios o que sepamos quién se puso las medias antes o que nos interese si de hecho nos preocupa, y no nos hayamos ocupado de llevarnos nuestras propias medias?
Compramos un par de zapatillas y lo invito a seguir conversando, tomando algo.
En el centro comercial está como deslumbrado. Dice que le gusta la arquitectura. Lo debe de comparar con su casa, imagino yo. Mira algunas vidrieras y trato de explicarle que la felicidad no está detrás de ellas.
Vamos a un bar cerca del centro comercial. Yo me tomo una cerveza y él un jugo.
Me cuenta más cosas sobre su familia. Tiene un tío preso. Tiene unos sesenta reales guardados o algo así para comprarse un celular. Le cuestiono la necesidad de usar el dinero para eso y me pregunto si debería de haberle comprado las zapatillas, pero sigo creyendo que sí. Solo me preocupa que las pierda, se las saquen, más tarde pienso en cómo le cuestionarían su origen en su casa…
Antes de despedirme le ofrezco pasar por un supermercado y comprar algo de comida para llevar a casa. Primero me dice que no, que no puede cargar peso y me enojo porque pienso en su madre. Retrocedo al punto en que lo encontré y en el que me cuenta que iba al centro a buscar más que arroz y porotos y ¿ahora me dice que no quiere cargar el peso de una bolsa de carne o de pollo? Finalmente vamos a un supermercado por ahí cerca y compramos arroz, porotos y pollo, no quería carne. Tomamos un Uber y lo dejo en la estación de micros en la plaza de la Catedral.
Cuando llego a casa una vocecita interna me dice que tal vez no debería de haberle comprado las zapatillas porque quizás las perdería o se las quitarían, que no debería de haberle comprado la comida porque no quería cargar peso para ayudar a su madre, pero una voz final me dice que sí, que sí debería de haberlo hecho porque fue lo que me nació en su momento de corazón y Gabriel me hizo pasar una tarde fenomenal. Me hizo reflexionar sobre mis prejuicios del pasado… nunca antes hubiera hecho eso, yo, de meterme a un centro comercial con un chico para comprarle zapatillas ni pensar en sacarme las mías para que se sintiera mejor andando por el centro comercial. Me recordó que hay gente que la pasa mucho peor que yo, que me quejo de mis problemas con frecuencia.
Eso sí, probablemente, Gabriel tenía razón y consiguió entrar al centro comercial porque estaba conmigo y yo cargaba mi tarjetita de crédito. Habría que ver si yo no la tuviera y estuviera descalza, si yo entraría.
En fin, se me apareció el Arcángel Gabriel y me dio un regalo y una lección.